sábado, 21 de septiembre de 2013

DE MOTES Y APELLIDOS






—Primera parte—
Por Jorge E Camacho ilustrado por Guillermo Préstegui
Nuestros nombres son tanto una declaración de individualidad como de pertenencia: por un Lado, hablan de quiénes somos en Lo particular, y por otro, del  grupo humano del que formamos parte. Uno de Los componentes del nombre, el apellido, habla de La familia de La que venimos, e incluso de nuestro grupo étnico o nacionalidad. Decir: «Yo soy» o «Yo me [[amo», es dejar en claro quiénes somos como individuos, al mismo tiempo que es una constancia de membresía para pertenecer  ese colectivo imaginario al que llamamos humanidad.
Es imposible rastrear con precisión el origen del apellido, y tampoco existe una sola hipótesis acerca de su surgimiento. Es una necesidad que muy probablemente llegó con el crecimiento de los asentamientos humanos, y con el fenómeno de la migración y el comercio, que hacían necesario un referente sobre el origen de los viajantes; también, fueron usados obedeciendo a necesidades administrativas de los gobiernos y burocracias, que buscaban llevar un control más estricto y eficiente de sus cobros de impuestos y tributos.
LOS APELLIDOS ROMANOS
Un precedente obligado, casi un lugar común cuando se habla de los apellidos, es la Antigua Roma. Sin embargo, por su extensión geográfica —que cubría desde Inglaterra hasta Turquía. Europa Central y el Norte de África hasta Egipto— su duración —que suma, desde la fundación de la ciudad hasta la caída del Imperio Romano de Oriente, nada más y nada menos que 22 siglos—, es imposible hablar de un único esquema para los nombres y los apellidos.
El periodo clásico de la construcción de nombres romanos comenzó a mediados de la República, y concluyó ya iniciado el Imperio. Durante esos años, las clases acomodadas observaron reglas muy precisas, y hasta cierto punto sofisticadas, para nombrar a los miembros de dichos estratos sociales. Ya con la llegada del Imperio, las convenciones en los nombres se relajaron, cayendo en la franca anarquía. El nombre de un ciudadano romano a mediados de la República se componía de:
-un praenomen, que es el equivalente al nombre de pila, y era otorgado al noveno día de nacimiento de los varones, durante el dies lustricus o día de purificación;
-un nomen, que era el nombre del clan o familia.
-y un cognomen, que podía ser el nombre de una rama de la familia o un apodo.
Al conjunto del nombre se le llamaba tria nomina, y lo que tiene en común con nuestros apellidos, es que el nomen y el cognomen eran hereditarios. Por ejemplo, el dictador julio César se llamaba en latín Gaius julius Caesar, siendo Gaius su praenomen o nombre de pila; julius, su nomen que indicaba su pertenencia a los Julia —una familia patricia—, y Caesar, su cognomen o apodo.
Las mujeres no tenían derecho a un praenomen como tal. En su lugar, llevaban por nombre la forma femenina del nomen del padre —el cual les era otorgado el octavo día de su nacimiento—, más una forma femenina del cognomen del padre o el esposo, y al final un numeral que indicaba su posición de nacimiento entre las demás hermanas.'

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1 y. «Apellido de casada: ¿insulto o atavismo sexista?>,, de María del
Pilar Montes de Oca, en De todo excepto feminismo, Algarabía Editorial y
Lectorum: México. 2012.



OTRAS MANERAS DE LLAMARSE
La antigua Grecia, otro de los pilares de Occidente, los apellidos gozaron de mucha menos importancia que en Roma, quizá también por tratarse de un imperio más limitado geográfica y poblacionalmente. Allí se usaban patronímicos —apellidos que denotaban una relación filial de tipo paterno— y toponímicos —apellidos que hacían notar el lugar de origen del individuo—, además de nombres o apodos que hablaban del linaje al que un noble pertenecía. Estos apellidos, que demostraban la pertenencia de alguien a una familia o dinastía, no eran hereditarios, así que el componente de estafeta generacional no estaba presente, por lo que difícilmente podríamos considerarlos determinantes para la formación del concepto tal como lo conocemos hoy en día.
En las islas británicas, destaca Irlanda como el lugar en donde se han usado apellidos por más tiempo. Allí, el apellido más antiguo del que se guarda registro es Ó Cleirigh, y éste quedó marcado en una nota funeraria que conmemoraba la muerte de Tigherneach Ua Cleirigh, un noble irlandés que murió a finales del siglo x de nuestra era. La partícula  Ua es el gaélico para «nieto» —Mac lo es de «hijo»—, y se convirtió en O' por la pronunciación, que suena a o en inglés.
Muchos consideran que los apellidos anglosajones surgieron luego de la conquista normanda de Inglaterra en el siglo xi d.C., y del censo encargado por el rey Guillermo 1 de Inglaterra «el Conquistador», cuyo resultado es el Domesday Book —una especie de censo nacional, completado en el año 1086—. Aunque en este documento no existe apellidos para los campesinos y la población en general, sí existen apellidos toponímicos para la nobleza, que indican su origen normando o la localización de sus nuevas posesiones en la isla.

EN OTROS LADOS DEL MUNDO
Un ceso es precisamente el motivo para que los apellidos, como tales, surgieran en China. En el año 2852 a. C., el emperador Fu Xi encargó a los miembros de su gobierno el levantamiento de un censo. Para tal propósito, y con motivo de llevar un mayor orden  en el levantamiento y procesamiento de los datos, comenzaron a usarse los apellidos; pero en este caso, a diferencia de lo sucedido en Occidente, el origen del apellido era matrilineal: es decir, su origen era la línea de la madre y no la del padre. Esto, claro, no sobrevivió hasta hoy: i 600 años después, bajo la dinastía Shang, los nombres dejaron de ser asignados por línea materna y se convirtieron en patrilineales, uso que sigue siendo vigente hasta nuestros días.
Otro detalle curioso de los apellidos en Occidente es que, salvo en Hungría y en ocasiones en países germánicos, suelen escribirse después del nombre propio. Pero no es así en los países con escritura vertical, como Corea, Japón, China y otros bajo la influencia cultural sino-japonesa. Allí, la primera palabra del nombre es el apellido paterno, y la segunda el nombre propio. Un dato que llama la atención es que Japón no tuvo un sistema estandarizado de apellidos para la población en general hasta tiempos relativamente recientes —siglo xix—, pues sólo la aristocracia gozaba de ese privilegio.
En México, dada nuestra herencia española, prácticamente todos tenemos uno o más nombres de pila —así llamados en alusión a la pila bautismal del cristianismo y otras religiones—, seguidos de dos apellidos: el paterno —que comúnmente es el único que «se hereda»— y el materno. Y si nunca hemos tenido contacto con otras culturas, podríamos pensar que ésa es la única manera de llamarse y apellidarse. Pero no es así.

LOS RUSOS
El que los apellidos despierten curiosidad no brota de la nada. En mi caso, el primer interés vino de la literatura: en una época juvenil de lectura frenética, me sumergí en las obras rusas del siglo xix y una que otra del siglo xx. Me preguntaba: ¿qué habrá detrás de nombres de personajes clásicos como Ana Arcadievna Karenina, o del nombre de mi autor favorito, Viadimir Vladimirovich Nabokov?

Resulta que la construcción de los nombres rusos —eslavos en general— es ligeramente distinta a lo que estamos acostumbrados: hay un nombre de pila, un patronímico y el apellido familiar. El patronímico es un término que enuncia de quién es hijo el portador, y tiene terminaciones -ovich para los hombres y -ovna para las mujeres, o -evich y -evna, respectivamente, dependiendo de la letra con que terminan —por ejemplo, Arkadiy, que se convierte en Arcadeivich, en masculino, y Arcadievna, en femenino.
Los sufijos para el nombre familiar o apellido son -ay, -ev, -in, para los hombres, y -ovo, -evo, -¡no, para las mujeres. Así, el nombre Ano Arcadievna íKarenina significa: Ana, hija de Arcadio, de la familia Karenin, mientras que \/íodimir Vladimirovich Niabokov sería: Vladimir, hijo de Vladimir, de la familia Nabokov. Otra peculiaridad de los apellidos rusos es que todos son adjetivos posesivos —por denotar pertenencia a una familia—, y para distinguir a los que son una forma completa de los que son una forma abreviada, se usa el sufijo -sky, como en Maiakovsky, que viene de mayak, 'faro', y cuya forma abreviada es A'laiakor.
Para terminar, los apellidos rusos tienen género: así, mi esposa sería, por ejemplo, la señora Camacho, o la hija de Pérez, señorita Pereza. Sin embargo, traducir al español los apellidos rusos obliga a respetar las reglas del castellano, así que Ana Karenina, para ser estrictos, debería llamarse Ana Karenin, cuando menos en español.

C0ntinuará…

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