—Primera parte—
Por Jorge E
Camacho ilustrado por Guillermo Préstegui
Nuestros nombres
son tanto una declaración de individualidad como de pertenencia: por un Lado,
hablan de quiénes somos en Lo particular, y por otro, del grupo humano del que formamos parte. Uno de
Los componentes del nombre, el apellido, habla de La familia de La que venimos,
e incluso de nuestro grupo étnico o nacionalidad. Decir: «Yo soy» o «Yo me
[[amo», es dejar en claro quiénes somos como individuos, al mismo tiempo que es
una constancia de membresía para pertenecer
ese colectivo imaginario al que llamamos humanidad.
Es imposible
rastrear con precisión el origen del apellido, y tampoco existe una sola
hipótesis acerca de su surgimiento. Es una necesidad que muy probablemente
llegó con el crecimiento de los asentamientos humanos, y con el fenómeno de la
migración y el comercio, que hacían necesario un referente sobre el origen de
los viajantes; también, fueron usados obedeciendo a necesidades administrativas
de los gobiernos y burocracias, que buscaban llevar un control más estricto y
eficiente de sus cobros de impuestos y tributos.
LOS APELLIDOS
ROMANOS
Un precedente
obligado, casi un lugar común cuando se habla de los apellidos, es la Antigua
Roma. Sin embargo, por su extensión geográfica —que cubría desde Inglaterra
hasta Turquía. Europa Central y el Norte de África hasta Egipto— su duración
—que suma, desde la fundación de la ciudad hasta la caída del Imperio Romano de
Oriente, nada más y nada menos que 22 siglos—, es imposible hablar de un único
esquema para los nombres y los apellidos.
El periodo
clásico de la construcción de nombres romanos comenzó a mediados de la
República, y concluyó ya iniciado el Imperio. Durante esos años, las clases
acomodadas observaron reglas muy precisas, y hasta cierto punto sofisticadas,
para nombrar a los miembros de dichos estratos sociales. Ya con la llegada del
Imperio, las convenciones en los nombres se relajaron, cayendo en la franca
anarquía. El nombre de un
ciudadano romano a mediados de la República se componía de:
-un praenomen,
que es el equivalente al nombre de pila, y era otorgado al noveno día de
nacimiento de los varones, durante el dies lustricus o día de purificación;
-un nomen, que
era el nombre del clan o familia.
-y un cognomen,
que podía ser el nombre de una rama de la familia o un apodo.
Al conjunto del
nombre se le llamaba tria nomina, y lo que tiene en común con nuestros
apellidos, es que el nomen y el cognomen eran hereditarios. Por ejemplo, el
dictador julio César se llamaba en latín Gaius julius Caesar, siendo Gaius su
praenomen o nombre de pila; julius, su nomen que indicaba su pertenencia a los
Julia —una familia patricia—, y Caesar, su cognomen o apodo.
Las mujeres no
tenían derecho a un praenomen como tal. En su lugar, llevaban por nombre la
forma femenina del nomen del padre —el cual les era otorgado el octavo día de
su nacimiento—, más una forma femenina del cognomen del padre o el esposo, y al
final un numeral que indicaba su posición de nacimiento entre las demás
hermanas.'
________________________________________
1 y. «Apellido de casada: ¿insulto o
atavismo sexista?>,, de María del
Pilar Montes de Oca, en De todo
excepto feminismo, Algarabía Editorial y
Lectorum: México. 2012.
OTRAS MANERAS DE LLAMARSE
La antigua
Grecia, otro de los pilares de Occidente, los apellidos gozaron de mucha menos
importancia que en Roma, quizá también por tratarse de un imperio más limitado
geográfica y poblacionalmente. Allí se usaban patronímicos —apellidos que
denotaban una relación filial de tipo paterno— y toponímicos —apellidos que
hacían notar el lugar de origen del individuo—, además de nombres o apodos que
hablaban del linaje al que un noble pertenecía. Estos apellidos, que
demostraban la pertenencia de alguien a una familia o dinastía, no eran hereditarios,
así que el componente de estafeta generacional no estaba presente, por lo que
difícilmente podríamos considerarlos determinantes para la formación del
concepto tal como lo conocemos hoy en día.
En las islas
británicas, destaca Irlanda como el lugar en donde se han usado apellidos por
más tiempo. Allí, el apellido más antiguo del que se guarda registro es Ó
Cleirigh, y éste quedó marcado en una nota funeraria que conmemoraba la muerte
de Tigherneach Ua Cleirigh, un noble irlandés que murió a finales del siglo x
de nuestra era. La partícula Ua es el
gaélico para «nieto» —Mac lo es de «hijo»—, y se convirtió en O' por la
pronunciación, que suena a o en inglés.
Muchos
consideran que los apellidos anglosajones surgieron luego de la conquista
normanda de Inglaterra en el siglo xi d.C., y del censo encargado por el rey
Guillermo 1 de Inglaterra «el Conquistador», cuyo resultado es el Domesday Book
—una especie de censo nacional, completado en el año 1086—. Aunque en este
documento no existe apellidos para los campesinos y la población en general, sí
existen apellidos toponímicos para la nobleza, que indican su origen normando o
la localización de sus nuevas posesiones en la isla.
EN OTROS LADOS DEL MUNDO
Un ceso es
precisamente el motivo para que los apellidos, como tales, surgieran en China.
En el año 2852 a. C., el emperador Fu Xi encargó a los miembros de su gobierno
el levantamiento de un censo. Para tal propósito, y con motivo de llevar un
mayor orden en el levantamiento y
procesamiento de los datos, comenzaron a usarse los apellidos; pero en este
caso, a diferencia de lo sucedido en Occidente, el origen del apellido era
matrilineal: es decir, su origen era la línea de la madre y no la del padre.
Esto, claro, no sobrevivió hasta hoy: i 600 años después, bajo la dinastía
Shang, los nombres dejaron de ser asignados por línea materna y se convirtieron
en patrilineales, uso que sigue siendo vigente hasta nuestros días.
Otro detalle
curioso de los apellidos en Occidente es que, salvo en Hungría y en ocasiones
en países germánicos, suelen escribirse después del nombre propio. Pero no es
así en los países con escritura vertical, como Corea, Japón, China y otros bajo
la influencia cultural sino-japonesa. Allí, la primera palabra del nombre es el
apellido paterno, y la segunda el nombre propio. Un dato que llama la atención
es que Japón no tuvo un sistema estandarizado de apellidos para la población en
general hasta tiempos relativamente recientes —siglo xix—, pues sólo la
aristocracia gozaba de ese privilegio.
En México, dada
nuestra herencia española, prácticamente todos tenemos uno o más nombres de
pila —así llamados en alusión a la pila bautismal del cristianismo y otras
religiones—, seguidos de dos apellidos: el paterno —que comúnmente es el único
que «se hereda»— y el materno. Y si nunca hemos tenido contacto con otras
culturas, podríamos pensar que ésa es la única manera de llamarse y
apellidarse. Pero no es así.
LOS RUSOS
El que los
apellidos despierten curiosidad no brota de la nada. En mi caso, el primer interés
vino de la literatura: en una época juvenil de lectura frenética, me sumergí en
las obras rusas del siglo xix y una que otra del siglo xx. Me preguntaba: ¿qué
habrá detrás de nombres de personajes clásicos como Ana Arcadievna Karenina, o
del nombre de mi autor favorito, Viadimir Vladimirovich Nabokov?
Resulta que la
construcción de los nombres rusos —eslavos en general— es ligeramente distinta
a lo que estamos acostumbrados: hay un nombre de pila, un patronímico y el
apellido familiar. El patronímico es un término que enuncia de quién es hijo el
portador, y tiene terminaciones -ovich para los hombres y -ovna para las
mujeres, o -evich y -evna, respectivamente, dependiendo de la letra con que
terminan —por ejemplo, Arkadiy, que se convierte en Arcadeivich, en masculino,
y Arcadievna, en femenino.
Los sufijos para
el nombre familiar o apellido son -ay, -ev, -in, para los hombres, y -ovo,
-evo, -¡no, para las mujeres. Así, el nombre Ano Arcadievna íKarenina
significa: Ana, hija de Arcadio, de la familia Karenin, mientras que \/íodimir
Vladimirovich Niabokov sería: Vladimir, hijo de Vladimir, de la familia
Nabokov. Otra peculiaridad de los apellidos rusos es que todos son adjetivos
posesivos —por denotar pertenencia a una familia—, y para distinguir a los que
son una forma completa de los que son una forma abreviada, se usa el sufijo
-sky, como en Maiakovsky, que viene de mayak, 'faro', y cuya forma abreviada es
A'laiakor.
Para terminar,
los apellidos rusos tienen género: así, mi esposa sería, por ejemplo, la señora
Camacho, o la hija de Pérez, señorita Pereza. Sin embargo, traducir al español
los apellidos rusos obliga a respetar las reglas del castellano, así que Ana
Karenina, para ser estrictos, debería llamarse Ana Karenin, cuando menos en
español.
C0ntinuará…
No hay comentarios:
Publicar un comentario